La palabra cambio es muy recurrente en cada campaña política que nos echamos a la cara. Desde que en España tenemos partitocracia o pseudodemocracia liberal capitalista, ha sido una palabra muy utilizada por casi todos los partidos a lo largo de estos casi 40 años de «nuevo/viejo régimen». Recuerdo, así sin hacer mucho uso de la memoria, que lo usó el PSOE: «Por el cambio» y «El cambio del cambio». Lo ha usado el PP: «Súmate al cambio». Y lo está usando Ciudadanos y Podemos en la actualidad, si bien no para las campañas electorales, sí para los discursos y mítines. Creo que Rosa Díez y su finiquitado UPyD también ha hecho uso de la manida palabra en alguna ocasión, así como los nacionalistas (Paradójico ver el «Comença el canvi» de Arturo Mas para describir la continuidad de su gobierno desde el de Pujol)
Pero ¿Qué significa «cambio»? si nos atenemos al significado propio de la palabra, según el DRAE, cambio es:
Acción y efecto de cambiar.
¿Y qué es cambiar? en alguna de sus acepciones, atendemos a estas:
*Dejar una cosa o situación para tomar otra.
*Convertir o mudar algo en otra cosa, frecuentemente su contraria.
Estos dos significados son más que suficientes para entender el concepto de cambio, de cambiar.
Cuando el PSOE lo usa en las elecciones que gana por mayoría absoluta en 1982, tenía un significado profundo: Cambiar un régimen viejo, de carácter dictatorial, por otro nuevo, de carácter democrático y social (según nuestra constitución) en el que las formas y los fondos serían distintos.
Sin embargo, la falacia estaba inscrita en el mismo eslogan de campaña. El PSOE no podía suponer el cambio de lo antiguo a lo nuevo, porque el PSOE representaba entonces lo viejo. Era un partido con una fuerte financiación llegada desde Alemania de la mano de Willy Brandt, personaje histórico cuyo nombre auténtico fue Herbert Ernst Karl Frahm. Este señor había sido socialista marxista del partido social demócrata alemán desde muy joven, y pasó por la misma línea ideológica por la que pasó nuestro sevillano. De marxista a social demócrata, y de social demócrata a liberal. El caso es que el excanciller alemán, ante la amenaza real de que el PCE pudiera ganar unas futuras elecciones en España y que este moviera la balanza de la geopolítica en favor de la URSS, se dedicó a reconstruir un partido, el PSOE, que tras la guerra civil había dejado de existir, siendo el fin de su militancia real y de todas sus estructuras. Solo una decena de personas quedaron «activas» en España, y a ellas se dirigó Willy Brandt para encauzar cientos de millones de marcos que ayudaron a reconstruir el partido con dos condiciones: Abandonar el marxismo y abrazar la socialdemocracia y hacer frente al único partido de izquierda que sí se mantenía vivo durante la dictadura, siendo, junto a carlistas y falangistas auténticos y miembros de las HOAC, los únicos opositores reales a la dictadura franquista. (Marcelino Camacho, Narciso Perales, Ceferino Maeztu, Guillermo Rovirosa, Diego Márquez, Julián Gómez del Castillo, Sigfredo Hillers, y el «topo» o «mosca cojonera» que se dedicó a cambiar las cosas desde dentro, Mercedes Formica) la minoría de ellos con formas de asociacionismo, como fue el caso de las HOAC y el FES o los Círculos Jose Antonio. La mayoría mediante medios de presión más fuertes, incluídos los atentados terroristas y huelgas. ETA político/militar, GRAPO y Terra Lluire son hijos políticos del comunismo, y en aquella época aliados directos del PCE, aunque ahora lo nieguen y vayan de «demócratasdetodalavida»
Al PSOE no el resultó difícil aceptar tales condiciones, y en su congreso extraordinario de 1979, la segunda sesión del número XXVIII, celebrada en septiembre después de que en la de mayo, la convocatoria ordinaria, los socialistas lo rechazaron. Felipe González presentó entonces, en mayo, su dimisión y una comisión gestora se hizo cargo del partido. Parece que el de La Puebla del Río presentó entonces las conversaciones con el alemán y en septiembre abandonó los postulados marxistas definitivamente, anotándose en la lista de los social demócratas europeos. Aunque, claro está, su defensa del marxismo desde hacía años era meramente estatutaria, defendida por los viejos militantes ya en minoría, por lo que el debate no duró ni 5 minutos. Los cheques de Willy Brandt inauguraron una costumbre muy socialista. Servir antes al dinero que al pueblo.
Pero volvamos al cambio.
Cambiar ¿Pero el qué?
Decía que no se puede cambiar algo si representas a lo viejo. La transformación del PSOE de marxista a Social Demócrata no supuso una evolución en sus ideas y proyectos, sino solo un cambio de estrategia política: El marxismo real, el socialismo científico ya se mostraba entonces agonizante. La social democracia supuso un lavado de cara para el PSOE pero no de fondo: El materialismo no fue abandonado, solo maquillado. La concepción del Hombre como un ser de carne solamente no cambió ni un ápice. Para ese «nuevo» PSOE el Hombre pasaba de ser un objeto de lucha, dentro de una clase oprimida contra otra clase opresora, a ser un objeto de consumo. Un número al que se sigue considerando desposeído de alma y al que, fuera del grupo en el que se le quiera poner, no tiene ninguna validez real para los objetivos del partido.
Siento que me estoy centrando demasiado en el PSOE, pero quiero seguir por ahí, porque este no fue su primer ni su único cambio.
El PSOE de 1982 defendía cosas muy dignas: Las empresas públicas, la industria nacional, la calidad y la cantidad de servicios estatales como la educación o la sanidad. Y de nuevo entró el dinero en marcha. Y el PSOE volvió a cambiar. Los vientos del materialismo de los ochenta venían a confirmar el fin del marxismo internacional en cuanto a estados bien organizados. La caída de la URSS, de la RDA y la conversión de China en un estado capitalista , lo confirman. Hasta los comunistas, con su «eurocomunismo» (socialdemocracia al estilo comunista) aceptaron la derrota de sus postulados en el campo práctico. Pero la teoría tenía aun mucho que decir.
El dinero, decía, entró de nuevo en marcha. La fantasía de la CEE, la promesa de los miles de millones de pesestas que entrarían en nuestras arcas si entrábamos al grupo de los elegidos, cegó tanto a los líderes nacionales, que se sometieron sin protestar a las nuevas normas: desindustrializar España; privatizar sectores estratégicos; convertir España en el lugar de vacaciones de los que ponían la plata. Dijo José Bono hace unos años, que la reconversión industrial que descosió nuestra capacidad productiva y en consecuencia una buena parte de nuestra soberanía nacional, solo la pudo haber hecho el PSOE, porque ellos tenían el control de los trabajadores. Y tiene razón. Ni una huelga decente se hizo, salvo las protestas de los mineros asturianos y de los astilleros gallegos y andaluces. El voto cautivo de la «clase» estaba ahí y sigue estando ahí como hemos visto en Andalucía hace unos días.
No fue, sin embargo, la promesa de miles de millones de marcos alemanes para infraestructuras lo que terminó de convencer a los gobernantes. Todos ellos se vieron convencidos después de promesas que, ahora, se han visto cumplidas. Así fue que en 1986 España volvió a «cambiar»: del OTAN, de entrada, NO, al sí sin condiciones. De ver a la Europa económica como un sueño, a formar parte de ella de pleno derecho.
Y así pasan los años, España se ve despojada de su identidad, poco a poco, sin que casi nos diéramos cuenta. Dividida en 17 reinos de taifas en los que los nacionalistas y separatistas atacan la unidad de su patria basándose en postulados racistas. y de nuevo, otro «cambio»
Felipe González está desgastado por inanición. 14 años de gobierno no perdonan a nadie y menos con casos como FILESA o los GAL. Aznar aparece como el «salvapatria» necesario para salir de los 3 millones de parados (ahora nos reímos) y de la grave devaluación de la peseta. Lo que viene después ya lo sabemos: El nuevo materialismo, el liberal, el que nos dice que seremos libres cuantas más cosas materiales tengamos, cuánto más dinero acumulemos. La privatización de lo poco que quedaba por privatizar, entregado como regalo a los amigos de Aznar y Rato, robado a todos los españoles delante de nuestras narices mientras nos entretenían con el fin del servicio militar, el artificial crecimiento económico, la declaración del fútbol como «Bien de Interés General» y su generalización en la TV. La consolidación de un tipo de televisión basura que nos ha embrutecido a todos, aunque hayamos sido conscientes de que nos hacía mal. Y un nuevo cambio: La entrada en el euro. Y una nueva pérdida de soberanía.
Y luego Zapatero: más aborto, más pobreza, menos derechos laborales, más ordinariez política.
Y ahora Rajoy: Un nuevo cambio, para no cambiar nada. Nuevas formas de corrupción, más paro, menos calidad educativa y sanitaria y mentiras, muchas mentiras, demasiadas para un pueblo cansado que aun así, sigue sin rebelarse del todo. Por que «Todo cambia, para que nada cambie».
¡Y llega el cambio!
El 15 de mayo de 2011, un pequeño grupo de personas acampa en la puerta del Sol de Madrid para decir basta. Los primeros días vimos a todo tipo de personas, incluso curas, que pensaron que el cambio real, el de verdad había llegado. Aquello se deshizo poco a poco pero quedó el poso. Y de ahí nace una nueva opción de cambio. Podemos. Un poco de magia televisiva, un líder caristmático, un programa político confuso, un poco de ilusión y ¡zas! 1,5 millones de votos que dieron la sorpresa en el parlamento europeo.
No voy a seguir por el camino histórico. Creo que es hora de explicar lo que ha supuesto el cambio.
Decía más arriba que, según el DRAE, cambiar es Dejar una cosa o situación para tomar otra o Convertir o mudar algo en otra cosa, frecuentemente su contraria. ¿Cómo entonces podemos afirmar que de alguna manera hemos cambiado realmente en los últimos años? El camino está claro: El materialismo, sea liberal o neomarxista como el que nos presenta ahora Podemos, aunque se disfrace, no cambia. Solo se adapta.
Si vamos en un barco de vela, y éstas están llenas de agujeros pero en vez de sustituir las velas parcheamos esos agujeros y cuando esos parches se desprenden ponemos otros nuevos pero las velas siguen siendo las mismas… ¿Cómo vamos a solucionar el problema de tracción o impulso de nuestra nave? Quede claro: La nave es España, las velas son sus dirigentes. La tripulación, además, no está organizada para trabajar en común con el mismo objetivo. La sociedad no tiene la mentalidad de que España es un ente superior a nosotros, porque somos nosotros mismos. Si uno iza la vela de dirección a babor y otro mueve el timón a estribor ¿Qué rumbo debe llevar? y aun más allá. Si el mar por el que se navega no es el adecuado pues sus corrientes y vientos nos alejan de las costas y los puertos, tampoco el mar sirve. No sirve el mar, no sirve la tripulación y no sirven las velas. Además, parte de esa tripulación está aserrando la nave o descolgando los botes salvavidas para tomar su propio rumbo, dejando a la tripulación sin varios y buenos de sus componentes. La tripulación somos nosotros, los ciudadanos. El mar el sistema en el que nos movemos.
No ha habido cambio en estos 40 años. Dentro del mismo mar, del mismo sistema, hemos ido parcheando las velas y hemos seguido avanzando hacia las profundidades de un gran océano, el materialismo, en el que se han juntado las aguas del marxismo y del liberalismo para dar como resultado una nueva sociedad desposeída de su identidad y vacía de ilusiones, que ilumina sus oscuridades en la telebasura y el fútbol y ve como normal el asesinato de millones de personas antes de nacer.
No ha habido cambio real. No hemos dejado una cosa por otra ni hemos transformado nada en otra cosa contraria. Solo hemos ido moldeando un gran ídolo de barro con las manos de distintos escultores, hasta convertirlo en algo que nos engulle. Un golem que, sin embargo, nunca estuvo a nuestro servicio.
La nave aun está casi íntegra. Es tiempo de dejar las velas ajadas y reparadas por otras nuevas, agarrar los vientos buenos y dejar el mar que nos engulle en su gran remolino central. Es tiempo de reconstruir la nave, España. Es tiempo de organizar a la tripulación, las personas. Es tiempo de mudar de mar, de abandonar el materialismo y abrazar un nuevo espiritualismo que reconozca en el Hombre a un ser digno de respeto. Que reconozca que somos obra e hijos de Dios. Que se vuelva a sí misma para reconocerse en el espejo de su tradición milenaria. Que se comprometa en el proyecto que nunca debió dejar de lado, la Hispanidad. Que tenga al Hombre como portador de valores eternos con capacidad de salvarse o condenarse.